Empecé a estudiar música a una edad relativamente tardía para los cánones actuales, tenía yo 12 años. Mi objetivo era aprender a tocar el violín pero, paralelamente, era importante construir los cimientos de eso que llamábamos solfeo.
Durante cinco años cada clase de solfeo era, más o menos, una repetición de la anterior; cada curso similar al que había pasado, con la salvedad de que las lecciones a solfear eran más difíciles y los libros de teoría de la música de la Sociedad Didáctico Musical más complejos. Recuerdo con horror aquellos libros que había que estudiarse de memoria para poder reproducirlos durante los exámenes o las extrañas fórmulas aplicadas para poder leer una partitura en una clave diferente (en Do en tercera, por ejemplo) o para hallar las alteraciones de un tono (si es mayor le bajas una nota y, si no te sale con bemoles, vas a la lista de sostenidos -Fa, Do, Sol, Re, La, Mi, Si-, buscas esa nota en la lista y su número de orden en la lista es el número de sostenidos que debes poner en la armadura) o para entender los modos, descubrir los tonos vecinos de una tonalidad cualquiera...
La cosa aún se complicó más cuando llegamos a la Armonía y a los libros de Zamacois, con todas sus notas al pie y múltiples excepciones (extraños ejercicios en los que te daban un bajo y, mecánicamente, como quien resuelve un sudoku, debías completar el resto de las voces para que un profesor te señalara las faltas que habías cometido y, con suerte, superar el examen de 2º que te daba acceso al Título Profesional del instrumento)
Afortunadamente mis estudios de música no se terminaron ahí y, en años sucesivos, tuve que arreglármelas para entender todo aquello que en su día había memorizado y que nunca me habían explicado. Fue en ese proceso cuando descubrí que no era tan difícil como me lo habían contado; de hecho, muchas de las cosas eran más bien sencillas. Y, si eran tan sencillas, ¿por qué se empeñaban en hacerlas tan complejas?
Quiero pensar que mis profesores reproducían la manera de enseñar que habían aprendido al padecerla como alumnos y que no tenían una especial inclinación por vernos sufrir intentando asimilar conceptos que nos eran completamente ajenos.
¿O sería simplemente que "they didn't understand it well enough"?
Hace años que manifiesto que un buen profesor es el que es capaz de transmitir de forma sencilla aquello que, en principio, puede parecer difícil. Esto supone estar atento a las respuestas y las reacciones de tus alumnos y replantearte una y otra vez los contenidos y la forma de hacerlos accesibles; en suma, trabajar desde tus alumnos y no desde los contenidos tal como aparecen recogidos en los libros de texto.
Ese es mi esfuerzo cada nuevo curso, cada día, y posiblemente por eso me ha hecho tanta ilusión encontrar hoy la frase que da título a esta entrada, atribuida a Albert Einstein y que, de forma libre, traduzco: "si no puedes explicarlo con sencillez, es que no lo entiendes suficientemente".
Otra idea me viene a la cabeza: "si no puedes explicarlo con sencillez tal vez es que no es necesario", pero dejaré esta reflexión para otro día.
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